miércoles, 23 de febrero de 2011

Reni


Es la primera vez que hago esto, cut & paste de un post anterior:
Qué le voy a hablar de la maternidad. Si tiene hijos todo lo que le diga es redundante y si no se imagina algo de lo que significa tenerlos por lo que ve en los demás, por ser hijo de alguien y por las novelas cariocas que pasan en la tele. Los sobrinos, en cambio, son un terreno más inexplorado, un rubro sobre el que no se profundiza tanto habiendo, sin embargo, tanto para decir. Porque los hijos, señora, una sabe más o menos desde los... ¿cuatro años? si va querer tener o no (aunque a esa edad casi siempre es sí), cómo quiere que se llamen ellos y hasta cómo quiere que se llame el padre (la vida, claro, no siempre es tan sencilla, ni tan lineal, ni nada, pero qué puede saber uno a los cuatro).
Los sobrinos no se anticipan: son una sorpresa. Porque mientras las propia vida uno tiende a imaginarla, que esos adolecentes descarriados vayan a decidir un día encarrilarse y reproducirse es un imprevisto que nadie es capaz de prever.
Los sobrinos, señor, son un regalo. No hay que hacer nada, llegan solos, y como llegan se disfrutan.
Ayer Renata cumplió un año. Cuando hablo de ella siempre digo que es tan linda que parece hecha con la manga de repostería, toda delicadita, primorosa, siempre haciendo onomatopeyitas graciosas que anticipan una charlatana locuaz.
Aquí un regalo de galletita, aunque mis Renis no le llegan ni a los talones a la de verdad.
Escribiría lo mismo ahora que Renata cumple dos, mucho más ahora que Renata va a tener un hermanito. Así que corto y pego, y cocino, decoro, y soy una tía feliz.

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