miércoles, 23 de febrero de 2011

Ole!




Acantilados es el pueblito perdido, remoto, en el que pasé buena parte de las vacaciones de mi infancia. Siempre fue medio Macondo, pero en sus años de prosperidad supo tener una playa enorme y serena, con el detalle fabuloso de una aglomeración de rocas entre las que podían buscarse caracoles, anémonas y cangrejos. La decada del '90 devastó ese pueblo igual que devastó casi todo. Se inciaron obras que quedaron inconclusas y el mar se comió la playa; el hermoso parador fue quedando en ruinas y el óxido arrasó con lo que en algún momento había sido un modernísimo ascensor para bajar a la playa al ras del acantilado.
Ahora -igual que casi todo- reflotó, pero aun cuando era la sombra de lo que había sido no hubo un verano de mi vida en que no haya pasado aunque sea dos días por ese pueblo. Hay algo que me conecta a esa playa igual que hay parte de mi alma con domicilio permanente en Adrogué. A mis hijos les pasa igual, y por suerte igual a sus primos -y a los míos, y a mi abuela.
Así fue que le hice Ole! a San Valentín y aunque volví para el 14 pasé los días previos allá. Había amenazado con tomar pedidos para la ocasión pero la posibilidad de esa escapada hizo que finalmente agendara poco y nada. Por suerte, porque además volví descompuesta -por mala suerte, porque pasé esa noche en cama en la menos romántica de sus versiones. Aquí foto de algunos románticos dulces, y de una remontada de barrilete memorable (aunque duró lo que duro el click...).

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