Viernes previo al día de la madre. Una servidora, enajenada: mil pedidos por delante, perspectivas de acostarse al amanecer.
2:30 AM llega marido con tres amigos pos cena en restaurant armenio. Yo, delante de un bol tamaño palangana de mousse de chocolate, no puedo menos que convidarles shots. Vuelvo a la cocina, la vida por delante. Se me ocurre chequear el mail. Mail de Julia. Se ofrece a venir a ayudar. Estarás como loca, no me ofrezco a decorar galletitas pero puedo amasar, cortar las formas. ¿Julia es mi prima? ¿Julia es mi hermana? ¿Julia fue mi compañera del jardín? Se me caen las lágrimas: Julia es mi clienta. Fenómena, si las hay, pero nos conocimos con galletitas y ni siquiera hace tanto. Lo que se dice un amor.
Al día siguiente Luca me llama: pasará él a buscar el pedido de ella, y de paso cañazo me pregunta si puedo prepararle unos shots. Le digo que sí. Por la noche llega y me apuro a decirle que los shots son un regalo para Julia por el gesto de aquel mensaje. Pero me quedo corta, señora, porque no terminé de decirlo cuando Luca saca del auto un ramo de flores que me manda ella por el día de la madre. Debate público nacional: ¡él quería regalarle los shots! Fabi, intérprete del alma masculina, se pone de su lado. Pero insisto: es un regalo. Luca termina por aceptar.
Ya lo dijo Drexler: cada uno da lo que recibe, y luego recibe lo que da, nada es más simple, no hay otra norma, nada se pierde, todo se transforma.
martes, 19 de octubre de 2010
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completamente de acuerdo. mil gracias y mil abrazos.
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