jueves, 22 de julio de 2010

Yo soy tu amigo fiel


Soy particularmente amiguera. Mis cumpleaños siempre pretenden ser íntimos y siempre terminan superpoblados. Tengo grupete del barrio, del colegio, de la universidad, de la maestría, los que llegaron con Fabi, los que llegaron (niños y adultos) con Cuca y Fidel; el más íntimo es por supuesto ese que se forma con de cada pueblo un paisano. Son los que cargaron a mis hijos el día en que salieron de la panza, los que leen los borradores de todo, los que prueban la versión original de cada creación perdiz. Los íntimos sólo tienen en común características ad hoc, porque a priori son infinitamente diferentes.
En una ocasión, preparando una torta en mi casa de Adrogué, fui a buscar una fuente al lavadero y -descalza- pisé una babosa. Tengo una fobia diagnosticada a las babosas; no un simple temor como el que tiene comunmente a las cucarachas o a los sapos sino una fragilidad profunda que se activa con sólo mirarlas. Esa noche, con el objeto de mi espanto adherido en la piel, en medio de un brote que se resumía en alaridos, Macarena me agarró el pie y mientras rasqueteaba con sus dedos me decía "algún día me vas a tener que devolver esto".
Es una escena entre mil, pero dígame que no es pintoresca. Podría haber contado viajes, fiestas, comidas, juegos, paseos, otros nacimientos. Podría contarlos, si quiere, porque usted sabe que si algo no me falta son ganas de contar. Pero le cuento mejor la superproducción perdíz para el día del amigo, con algunos de todos los pedidos en estas fotos.
Hubo mil cajitas de cuatro, para Andrea, para Paula, para Florencia, para Carolina, para Estefanía, para Carla, para Lisette. Para Romi hubo también Paquetito Paquete, como para Paula, Ivana, Mariel; y Romi incursionó en los champagnes individuales con tres galles, siempre con sus hermosos pedidos desde el sur. Los amigos (adultos) de la casa recibieron cajitas con cupcakes de brownie rellenos de mousse. Cuca y Fidel invitaron a Martina y a Tobi, a los que les regalaron galletitas, y merendaron con glorioso budincito de limón. Fue una tarde de fiesta, y una noche idem.
En algún momento les conté a los chicos aquello que se conmemoraba, la (hoy puesta en duda ¡qué mala onda!) llegada del hombre a la luna, el momento en que (supuestamente) toda la humanidad se unió para observar aquel episodio, compartió una actividad por primera vez en la historia del género. Y mientras lo contaba pensaba cuánta más proeza había sido la de Maca, y sin cámara ni aplausos. Qué injusticia ¿no?. Menos mal que la compensé en su día con la mejor creación perdiz.

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