martes, 28 de diciembre de 2010

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Hasta que murió mi abuela Blanca, todos los 15 de diciembre del mundo empezaban con mis abuelas regocijándose en la anécdota de mi nacimiento, con el habitual destacado: peluda hasta la médula. Yo jugaba a renegar de aquel cuento pero la verdad es que me gustaba, mitad por verlas a ellas divertidas y mitad porque tampoco es que abunden los testigos del día en que nací.
Cumplir años me encanta. Me convocan los festejos en general y particularmenete este, en el que decido con puntillosidad la lista de invitados (el elenco estable más las periódicas revelaciones), la comida (todo lo salado a cargo de mi abuela Esther con el aporte de Cari, todo lo dulce perdiz), la bebida, la música, la decoración.
Aquí algunas fotos de los festejos adroguenses, el mismo día, por la tarde, con abuela, tíos, primos, sobrinos adorados, todos reunidos en torno a mis mil velas posadas en una torta de base de brownie y relleno de mousse de frutilla y chocolate blanco; y de la fiesta del sábado, con torta estrellada y shots surtidísimos para que cada uno elija su combinación más feliz.


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