miércoles, 29 de diciembre de 2010

Entropía


Dijimos "Cena íntima más baile" pero como en mi familia somos mil y para peor nos queremos lacenaíntimamásbaile devino sin que nadie supuiera bien cómo en una fiesta multitudinaria. Con el borrador de la lista de invitados fuimos a la galería de arte que elegimos para la ocasión y contamos nuestra idea. A los dueños les encantó; armamos junto con ellos el menú y aceptamos la sugerencia de dar paso de la cena al baile con un brindis. Pensamos en una torta para el brindis. Ahora claramente la hubiera hecho yo pero por aquella época no sabía hacer nada, así que también la encargamos. Nos preguntaron "¿Con tiritas, no?" y yo dije "Obviamente". Después fui por un vestido. Quería algo corto y colorido, pero el diseñador dijo que yo era la reina de la noche (qué intuitivo) y terminó siendo largo y blanco. Los invitados comenzaron a preguntar dónde habíamos hecho lista de regalos así que finalmente hicimos una con la que conseguimos todo lo que nos fascinaba pero que nunca hubiésemos comprado para nuestra casa. Cari me preparó un ramo de flores naranjas que durante la fiesta arrojé a las solteras y atrapó mi prima Mercedes (que anunció su separación pocos días después); no hubo vals, pero durante el brinds alguien puso "Noches de boda" y allá fuimos todos.
Unos días antes me habías citado a un bar sin decire para qué. Anunciaste una sorpresa y yo estaba segura de que me llevarías al partido despedida de Maradona ("La pelota no se mancha"). Casi me decepcioné al ver que el taxi no rumbeaba hacia La Boca sino hacia un barrio desconocido, y se detenía frente una casa en la que no había estado nunca. Nos recibió un hombre que nos hizo pasar a su taller, y por un instante creí que era un pintor. Pero era orfebre, y le habías encargado las alianzas. Necesitábamos algo que representara el hecho de que no íbamos a casarnos, porque queríamos algo que representara que nos elegiríamos día a día. Si la alianza tradicional es un bloque sólido que representa la promesa de estar juntos toda la eternidad, queríamos algo que mostrara nuestra elección de una elección cotidiana. El orfebre hizo dos anillos unidos por una bisagra, con una pequeña astilla de oro rojo que sólo coincide si las dos arandelas se superponen.
El 22 de diciembre hizo nueve años que llevamos ese anillo, pero ¿sabés qué? es mentira que no estamos juntos por algo que no se encuentra en el pasado. Si permanecemos juntos es por esa vez en que le dijiste a toda la clase que nadie podía hacer su trabajo a mano salvo esta chica (yo) que tiene una letra preciosa; es por el atardecer en que nos econtramos en el muelle de esa isla remota y por el solero azul que me puse para cenar con vos esa noche en el patio de un restaurant poblado de conejos; es por la mañana en que nos quedamos encerrados del lado de afuera de nuestro departamento de Vidal con el agravante de que yo estaba completamente desnuda, y fuiste a conseguir una copia de la llave mientras me quedé escondida en el incinerador de nuestro edificio; claro que también importan las pastas de Gianni´s y lo que caminé para conseguir el ejemplar cubano del libro de Halperín Donghi que se me antojó traerte de regalo, y ese llamado salvador en una mañana lúgubre de Amsterdam; y claro, cómo no, las dos líneas celestes, celeste también tu cofia ("no tengas miedo, no tengas miedo"), las manos entrelazadas en esa noche del Malba, y en la fiesta de egresados de Cuca en el jardín, y en la puerta del quirófano con Fidel, las fotos de Permiso junto a Cortázar, la raclette, el pan hueco relleno de queso derretido de nuestra vecina catalana, la cara que pusiste cuando entraste a nuestra habitación y era naranja, las correciones a El Sentido, los pies negros de los chicos en el sillón, una trasnoche pesadillezca en Skype, los cuadros de María y la cena de ayer en Ravé, tan parecida a la primera que te lo dije: El mozo debe creer somos novios. Me encanta que sea así.
Aquel diciembre al teminar nuestra fiesta un taxi nos llevó al albergue transitorio de barrio que habíamos elegido para nuestra noche de pseudo bodas. Entré arrastrando la cola de mi vestido blanco y una parejita que esperaba para pernoctar y el encargado no podían creer lo que estaban viendo. Creerían que habías secuestrado a la novia. Pedimos la llave y subimos a nuestra habitación, tan seguros de nostros mismos por no haberle jurado nada a nadie, por no haber pronosticado que seríamos felices para siempre sino por encontrar en el tiempo compartido, y en el que vendría después, tantas buenas razones para intentar una panzada de perdices, con la certeza de que eso que ocurría al estar juntos era lo más parecido que conoceríamos en nuestras vidas a cualquier forma de felicidad.

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